No sé qué decir. Nada es relevante. Todo quiere ser dicho una vez más, hacia ti.

Las palabras suenan huecas e insuficientes al tratar de cruzar un vacío, pero con ansia empujan la salida, pelean la carrera, para llegar y hacer de puente débil y devoto entre el espacio inexplorado en medio de este nexo transparente, dulce.

Hablo y me callo porque el contenido es irrelevante al continente. Temo que llegue solo el disfraz del calor que envío. ¿Qué te voy a decir? Yo creo que ya lo has visto. Una vez desnuda la mirada, vestirse de nuevo es zafio, y se nota en la torpeza. Mi vestido son las palabras y quiero deshacerme de ellas.

¿Cómo puede seguir el mundo? Si no se dice nada nuevo.

En espiral bajamos o subimos a un ritmo que impide entender la gravedad. Yo prefiero quedarme suspendida en la esquina entre tu oreja y tu cuello. Quizás luego solo un rato, y ahora todo el tiempo. Para ganarme las horas que pierdo en vivir algo que importa pero menos, algo que es una petición, una exigencia, una tarea... un rodeo para llegar al centro, cuando puede ser tan simple, tan llano, tan certero. 

La vida es más larga que lo que te quiero decir y no digo, pero se me enreda la lengua en el instante y el horizonte es difuso y negro.

La vida es más larga que lo que canta mi piel sobre tu piel, pero tus caricias de sol alimentan en este hambre de mundo que me encierra en cuatro paredes, allá dónde vaya.

Por eso digo aunque no diga todo lo que quiero decir. Porque no te olvides de que no me olvido, porque esperes que espero. Sin intención, con sencillez, algo de ansia, las ganas, el tiempo, una fe concreta, una fe con pruebas.

Mi amor es más grande  y más amplio que lo que tu calidez me llena, pero entre amarrar e ignorar, quiero una nave en la que navegar, a tu solito, bebiendo con gula cada rayo, sin vergüenza ni modestia, que se funda en la melanina de mis capas y dejarme transformar.

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