Siempre y cuando no conlleve arrancar la flor de la tierra, 

siempre y cuando se pueda volver a regar, 

merece la pena alimentar la expectativa del brote.


Mil veces arrastrada del ansia de atesorar

en el pecho flores frescas,

mil veces volví para verlas secas.

Mil me pregunté si acaso eran mis dedos

o mis ojos,

mil volví a mirar dentro, buscando el problema:

dónde, dónde, dónde está eso que lo tuerce todo, 

que todo lo rompe, que todo lo quiebra. 

Ignorante de las requerencias de la vida,

chillando al techo por no ser cielo fresco, 

ni sentir viento fresco en mi cara.


Hundí las manos en la tierra

densa y húmeda bajo la losa;

y poder nacer ahí.


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