Música andina, matices que se me emborronan y la colonización anglosajona de mi adolescencia


Me miro de afuera,
allá dónde descubro reluces que guíen mi sombra,
y acaricio afuera lo que adentro no llego.

El peso de la pluma del egoísmo carga en todos los movimientos,
lo dejo estar, sin estar del todo convencida,
lo dejo estar, aún esperando pureza,
aún sabiendo que la pureza es quietud, y muerte.

Lo dejo estar porque genera movimiento, y en el movimiento respiro,
aire que entra fresco, y sale llevándose lo que a mí no me vale.

Me miro la piel, y miro debajo, 
siglos también colonizados por un imperio,
que siempre ha sido el mismo, intangible,
y a la vez, con nombres y apellidos.

En la fantasía de la contribución me encuentro trazada
entre bombardeos televisivos y radiofónicos,
bombardeos en el carro de la compra y en la pared de mis intestinos,
(que ya casi han olvidado cómo digerir realidades),
y en mis afectos, mis vínculos, mi máscara y mi cara.

Me miro de afuera, 
y, convencida de la conveniencia para ambas,
me esfuerzo fuera,
sintiendo adentro.

Me miro a la piel,
y viviendo una necesidad individual y colectiva,
trabajo dentro,
pensando fuera.

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