Hace un tiempo que no me enfrento a esto, hace tiempo que no se me  hace fácil o necesario trepar al teclado,
he acabado aquí merodeando, no he venido directa, pero ahora quiero escribir.
Me llama el sol a salir, aunque más días ganan la rutina y el calor. Ahora subo los escalones de dos en dos, cuando la gente no mira raro. Pero también aún me agarro, aún no termino de encontrar el punto, el freno, justo. O desorientarme al buscar de nuevo el otro pedal, o procrastinarlo tanto.
Se me alargan en el tiempo las manos como ramas, acariciando superficies de las que absorbo cosas buenas y, por dios, que lo intento, en las que espero que quede algo bueno de mí.
Se me hacen las manos agua cuando miro a mis pies, lentos.
El alma, o lo que sea, que aúlla cuando sangra, y que empuja cuando se la toca, a cosas puras y amplias.
Y las manos hechas de agua...
Me llama el sol a salir, pero algunas vergüenzas supongo que deben quedar ocultas. Y eso que me gustaba la noción de vulnerabilidad absoluta como forma de empoderamiento y legitimación. Y me siento legitimada, y cada vez más legitimada, y a veces parece que vuelvo a velos tupidos que voy corriendo, o queriendo correr de. Sin saber muy bien si no o si sí, pero corriendo igual dellos.
Pero me llama el sol a salirles al paso, y que sí, pero que no, no tengo muy claro como hacerlo.
Pero el sol me llama y quiero hacerlo.

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