Riendas y so y soez.

Tan venidita arriba, tanta agitación;
la dentadura, la boca del caballo abierta, al sol.

Y ahora entra el frío por todos lados a la casa, sale también frío de mí.
Pasar de ir al galope a ir a trompicones y luego parar. Si voy rápida, el tiempo es lento. Luego paro, y me ahogo en la arena del reloj.

Busco unos brazos que rodeen y aíslen.
Pido cosas sobrehumanas.
Pido y rechazo alabanzas.

Intento mantener el equilibrio. Creo caminar sobre baldosas porque no quiero mirar hacia abajo, a las cuerdas flojas. Pero miro alrededor y ahí están todas, ajenas y propias.

O exagero.
O no sé de qué hablo.
Eso sí lo sé.

Busco un cuerpo que sepa y quiera aguantar los cambios de temperatura.
Pido cosas imposibles.
Pido y rechazo manos.

Se me va por los ojos el manantial. Ayer la peli no me hizo llorar, era yo, que quería, y aproveché la oportunidad.
Y me sentí extraña, me sentí hueca, me sentí cáscara, desde fuera.
O me recordé como tal.

Busco un compendio de vibraciones que se mueva al son de las mías.
Pido que se me reconozca que vibro.
Pido hacer vibrar.

Pero no sé qué doy ni en qué frecuencia ondulo.

Y mientras no sepa eso, no sé, no sé, no sé.





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