Esto iba de otra cosa, en realidad.

La cruz del revés no es tan desagradable cuando alzas la vista y, tras los barrotes (qué propio), se ve la sierra. Serreta. Tan chatina.
Un grupo de tres niños de unos 10 a 12  años pasan la tarde del viernes encima del hombro izquierdo de la cruz. Su actividad gira en torno a sus smartphones. Uno pone la música, una posa y el otro retrata desde lejos.
¿Nosotros qué hacíamos cuando éramos pequeños? También íbamos a ese sitio, aunque no nos sentábamos en la cruz. Nos subíamos a la caseta del tobogán y nos reíamos, nos reíamos mucho y no recuerdo de qué. Un día nos pusimos el nombre "Trío Marihuana". Qué sabría yo de yerba con 12 años. Pero cómo nos reíamos.

Pensaba... pensaba que siempre ha habido alguien que retrate la escena, bien en un papel, un lienzo o pal insta.

Se pierde un poco eso de la inmortalidad de las cosas bien hechas. ¿O empieza a existir, en cambio, la posibilidad de que se hagan tantas obras maestras que deje de tener sentido al exclusividad de la calidad?

¿Veré un mundo en el que la preocupación de que el nombre propio sobreviva sea una preocupación innecesaria entre quienes ansían simplemente ser?, ¿llegaré a ver un mundo en el que la inteligencia, la habilidad, la maestría se vea desde la humanidad y no se endiose?

Ya no tengo a los niños enfrente, ni estoy en el balcón, por eso, un mes más tarde, la reflexión está corrupta y añeja. Yo solo quería decir que qué bonito es que haya quien retrate los momentos.

Yo lo hacía.

Ni siquiera recuerdo cuando me enfadé con mis dedos, ni cuándo dejé de lado la cámara, en qué momento me pareció innecesario capturar lo vivido.

Me arrepiento, porque si no tengo prueba gráfica se borran los sucesos. Por más que quede el sentimiento, tengo un lapso de 5 años y muy pocas fotos con mis amigos.

Ni si quiera recuerdo por qué dejé de hacerlo, aunque me lo imagine perfectamente.

Pero qué necesario que haya alguien que retrate los momentos.

Comentarios

Entradas populares