Limmmmbo!

Es un limbo. Es el momento justo en el que, al saltar desde donde estás sentada al suelo, te encuentras a medio camino de caerte o salir volando. Seguir sentada o apoyar los pies. 

No pretendo un paralelismo, son caminos distintos a distintas metas.

Es como cuando digo que en Madrid no me cabe para ser feliz. Cuando no digo que me haga infeliz. (Qué dolor que alguien lo piense, qué dolor poderlo haber pensado yo). Madrid podrá enfermarme, pero no me hace infeliz, porque en una ciudad no cabe tal agencia. 

A veces pienso que en mí tampoco, pero es el único sitio desde donde lo puedo intentar.

Es un limbo, el descansillo entre la entrada y la salida. Donde tomas impulso al saltar, donde tropiezas para caer. El problema es que se diluye desde dónde venía y parece que me toca empezar de nuevo a recordar y a construir la dirección, el sentido, la meta. Algo. Seguro que algo, pues siempre hay algo. Seguro que algo queda por lucir, seguro que algo sigue roto. 

El sobrevalor me asusta. Si aquí solo hay una cara buena es porque allá solo pude enseñar la mala. 

Me asusto, me confundo. ¿Cómo hago para mostrarme como ente en este mundo? Se me olvida lo que hago y digo, cómo cambia, al leerme no soy yo quien lo ha escrito. ¿Cómo lo estoy haciendo? Si lo quiero hacer bien, ¿pero cómo puedo saber cómo lo hago? Si pido defectos y no se me devuelven es porque son los mismos propios y nadie querría evidenciar eso. Son más leves porque son parecidos.

Soy confusa y me confundo. Y me odio estar confundida, por eso callo y escucho: me gusta llevar la razón. Por eso no callo y no dejo hablar, por eso a veces sentencio, por eso casi siempre dudo.
Por eso las matrices perfectas que el mundo muestra me asustan, porque me dice algo en el pecho, desde dentro de los pulmones, que no existe, ni una, sola línea recta. Derecha. Correcta.

Por eso los resultados redondos asustan,
(a pesar de que los decimales den pereza)
porque no son reales.

Que venga cualquier matemático a contradecirme. No puedes venderme bien una tierra sobre la que no puedo, no sé, no piso. Parece a veces que llegara a agarrarlo pero la nube se esfuma, me parece mentira, me parecen las reglas de alguno de los juegos de cartas que rehúso jugar.


¿Cómo hago? Si me siento en la cuerda floja, si es tierra firme, si es viceversa, si no me veo los pies. Si la necesidad de coherencia con mi self no me ahoga de nuevo, creo que podría llegar a volar. Para eso he de caer. No caigo.

El sobrevalor me asusta y no me sé llevar bien con los halagos. Mis relaciones con cosas están, en general:

torcidas                            (no hay rectitud)
magulladas                   (no existe ternura)
abruptadas          (la suavidad es solo lija)

pendientes de un fino hilo.

Me asusta porque no sé, cómo, querer quiero, ¿sabré? creerme más sin creerme más que los demás. Ahí tengo el miedo. Como efervescencia, me crezco si me vuelco mal. 
¿Y si caigo mal?, ¿dónde quedó el honor, la plenitud, la felicidad de sentirse odiada? Tan atrás que veo sus faltas, pero extraño la energía que proporcionaba. Yo también funciono mejor cuando me han dado por perdida.

Estoy siendo enormemente innecesaria.
No hay nadie imprescindible.

Se me abre el futuro punto a punto. Cómo quisiera rasgar y descoser. Me contengo en contrapunto, no quisiera tener que rehacer.
Otra vé.

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