Finales de junio: apuntes en el concepto de amistad y el miedo, y los cambios.

Hasta la palabra se me hizo fea. No sé hablar de estas cosas, una vez creí saber qué decía, pero me estalló en la cara.

Me estalló en la nuca. 

Como una ráfaga de fuegos artificiales, estalló muchas veces, y desde fuera decía


"¡Qué bonito, qué bonito!", 

pero entraba a mi cuerpo y aullaban el dolor y la rabia.
No sé que es ser une amigue. Ni lo sé, ni lo he sabido. He sabido escuchar activamente (lo prometo, aunque se me olvide lo que escucho), aconsejo de forma pasiva (¿qué creéis?, ¿es mejor al revés?). El compromiso me lo salto. También la lealtad. No conozco su significado: ¿cómo se van a mantener intactas las actitudes si los factores nunca dejan de cambiar?.Quiero un cómputo perfecto, no me sale, abandono. (Los cuadernillos Rubio los rellenaba con la calculadora)
No quiero que se quede a mi lado quien no sienta que le aporte. Quiero que me enfrente y me lo diga. Que pique si tiene que picar, mejor una vez colorá que no ciento amarilla.
Pero me encuentro entre el déficit y la jartá.
No me encuentro.
 Y se nubla cuando pierdo el faro de los demás, el faro que alumbraba la cueva en el momento. Sin embargo, en mar abierto, prefiero la niebla y la oscuridad. Los descubrimientos son entonces salvaciones que olvido marcar en el mapa, esperando que en mis mares amaine el temporal y luego lo reencuentre. ¿Dónde estará el cartógrafo?, porque ni lo busco ni lo encuentro. Los sentimientos parecidos, por eso se suman, pero el total no se compara a cada elemento por separado.

Es magia,
un proceso, 
una cascada. 

 A mí se me agolpan en la garganta el final de las etapas. Da náuseas, pero no. Aún tengo que asimilar.

Qué bien.
Qué mal.
Qué poco objetiva y situacional.

Qué estupidez darle vueltas a los hechos, distintos factores pero mismos procesos. Soy diestra y dibujo de derecha a izquierda, por eso emborrono. Y lo sé desde los seis años, pero como que aún no se me queda. Llevo torcida toda la vida.
 Ahora funciono en espiral, como el tiempo, una línea que continúa de forma parecida, nunca igual, que pudiera de cerca parecer una línea recta y de lejos un perfecto círculo, pero es solo por evocadora y reminiscente. Yo ya he estado en algo así. Esto es como aquella vez, ¿no?
Como esto. Esto que hago. No ajustarme nunca a un tema, dejarme llevar en una serie de asociaciones cuasilibres que me dejan a merced de la realidad, la cual asumo demasiado siempre tarde. No he visto mucho mundo y siempre he estado en otro lado. El cuerpo está siempre, el espíritu que baje cuando quiera. Le llevo esperando un tiempo, tiene asuntos importantes de los que ocuparse. Me ensucio para que venga a limpiarme y yo le ensueñe de los mundos que voy descubriendo. Lo de siempre, a veces nos llevamos bien y a veces nos chinchamos.

-¿Quiénes?
-Yo qué sé.
-Señora, necesito que despierte y evalúe la situación.
-Que no, que paso, no anticipo, ya me dará la realidá en la cara.
-¿Para mirar atrás con pena y chillarle con los ojos al espejo que en la vida nunca se presenta dos veces la misma oportunidad? Podrías intentar, al menos, chillar más alto.

 Me voy. Pero no me asusta que me vaya yo. Yo sé dónde estaré, y me moveré a dónde y cómo quiera. El cuándo no, no puede una ser tan arrogante de querer domar al tiempo. Por mí, sin prisa pero sin pausa. Pero antes tengo que bajar al suelo, desde la nube no compruebo si estoy o no en la carrera. ¿Y para ver dónde están los demás?
Me voy. Y casi no he venido. ¿Donde estoy? Me escondo. Mi cuerpo está, a ratos. Está, pero está solo. Lo sustentan una inercia y el disfraz de camaleón. Ni siquiera es real. A ratos.

Esto se ejercita. Se fuerza una a ello. No deja de ser interés genuino, pero queda como bruto. Como un pegote. Llamar a, quedar con, hacer por. Conductas prosociales. Se me tuerce el labio de pensarlo. No es arrogancia, es el nervio del no saber, del hacer mal, del titubear, del trabarme. Desde el primer día hasta el último, baja la frecuencia pero tiende a crecer la intensidad. Qué digo. A veces. Contextos tangentes que deberían ser irrelevantes (una vez se termina el pegamento, lo que no se pega se queda fuera).

Pero qué bien.
Qué mal.
Mi inmensa suerte, temerosa de mi torpeza.

-Señora, va usté a llegar y va a romperlo to'.
-Qué fácil es ser tú y hablar desde el techo cuando desapareces siempre en mitad de la batalla.

Se queda la cáscara mientras el hueso se roe y piensa en nada dentro de sí, en lugar de salir a disfrutar el momento. Pero confío al menos en el instinto, al menos en los errores de los que he aprendido. Y no es más que la forma en la que yo asimile. Porque, ¿qué se puede hacer para detener la corrosión del ego?

Siempre que la comunicación no se vea contaminada puedo seguir en pie y a la defensa, que no defensiva. Pero ay, cuando entra el miedo. Ay, cuando las cosas dejan de estar claras. El miedo a ser una pesada. Recordarme que lo soy y que mejor reconocerlo. Verborrea conscientemente innecesaria.
Lo único necesario es que alguien me acote sustantivos y verbos, tire del hilito desde donde sube mi volatilidad casi de helio, tire fuerte hacia abajo, con pretensiones de riña, aunque al final vaya yo y me ría. Con pretensiones de broma, aunque al final vaya yo y llore.

Amigo es con quien se puede hablar aunque no se abra la boca. Qué manido. Amigo es aquel tan acostumbrado a cerrar la suya que entienda que no la abras, tan acostumbrado a abrirla (como unas castañuelas, cla, cla, cla) que entienda que boquees filtrando la información.
Amigo es aquel consciente de sus errores, aquel que entiende sin juzgar, así de primeras. Aquel que puede serlo de mí. Aquel de quien yo pueda serlo.
Amigo es quien se queda, aunque no lo pidas.

Si no, huiré o me huirán. Me explicitaré y resultaré un monstruo. Me implicitaré y dejaré de ser. Seré, fuera del folio, como siempre, une más.

🍑

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