Patitos.

De nuevo la presión en la sien. He venido a hacer las cosas bien pero hago llorar a mamá.
Soy irresponsable de percentil 2. El 98% de personas que no conocí son más responsables que yo. Y me da vergüenza ser yo misma, y sé que hay otras formas de ser. Pero no quiero. Quiero mis 22 irresponsables, mis dos patos alocados que pujan contra la solemnidad de mi casa cuando me paso de rosca. Pero no es para tanto, ¿no? Aún es verano y he retrasado mis promesas para el otoño. Fue otoño y las retrasé, y me comí cuatro inviernos y cuatro primaveras.
No puedo seguir así, pero quiero.
Se siente demasiado bien como para quedarme en casa. Se siente demasiado habitual ser una como para, de repente, ser parte de algo más. Me duele la palabra familia, porque no la abarco. De verdad, que estaba ahí, y mamá mira con añoranza mis fotos de pequeña. Qué rápido crecen, se dice.
Las expectativas altas son un factor de protección que no aprecio. La decepción duele más. Y no quiero, pero no quiero. Pero debo, pero no quiero. La talla de adulta me queda grande porque no quiero crecer. ¿Quien quiere? Tres años con el interrogante en la garganta. ¿Qué me quedo y qué desecho?, ¿se irá lo bonito de la mano de la inconsciencia? No me quiero en la rutina gris, y pintarla de colores se me antoja mucho esfuerzo. Creo que podría, pero soy vaga y vagabunda de los demás.
Piensa en los demás, me dicen, y debo. Pero temo mirar hacia fuera y olvidar lo de dentro. Estoy poniendo excusas, en eso sí que no decepciono nunca.

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