From lost to the river.

Podría hacer el intento de volver la cabeza contra las decenas de folios que hay esparcidos por el escritorio, y podría incluso conseguir llegar, pero algo me dice desde dentro (o desde una zona intermedia, tengo mis dudas) que de qué vale la pena intentarlo, si no está la cabeza donde tiene que estar. Se eleva sin darme cuenta y no deja de evocar y martillearme con mi propia historia. De qué me vale saber lo que sé, si no cambia nada, si vuelven a girar las tornas de las culpas y los errores, a perderse los triunfos, a sonar estúpidos los alardes de plenitud. Quién te crees que eras.

Si de repente duelen tanto los daños ajenos a costa del propio, y pesa como una losa la necesidad de autocrítica, cuando he intentado intentarlo desde que supe que la necesitaba, no que me convenía, que la necesitaba. Capa tras capa de chapuzas mentales, que intentan rellenar una cavidad que no se sabe desde cuando está, ni se sabe dónde. Un pozo extraño que se traga la mitad de las cosas, dejando lo que se le viene en gana: incoherencias, banalidades y estúpidos complejos, errores y desmanes.

Vuelvo a encontrarme en un medio extraño, mi cuerpo, mi vida, mis posesiones. Qué son y cómo han llegado hasta aquí. Sigo los hilos, y empiezo a verles los colores, pero los nudos se destiñen difusos y no sé qué hice y qué pasó. Mirar hacia delante y ver lo que puedes hacer bien no sirve de nada si al mirar hacia atrás, solo ves lo que no. Si te enredas en lo que quisiste y no supiste, si hasta ahora no has sabido sino ver la mierda que tragabas, sin ser consciente de la que esparcías.

Miel y mierda, y las moscas.

Qué difícil es estar en un sitio en estos momentos, que difícil no dejar salir la mente a rebotar, a no estar aquí dentro. O salirme yo. O yo, o yo. Las dos no cabemos.

Y perdón por la ingratitud y el egocentrismo. Cómo decir que no sé, no puedo no serlo a veces. Cómo entender que en los momentos en los que quiero, se me choca el orgullo y la torpeza, la indolencia y el entumecimiento. Y luego, hasta que no salgo del sueño, no recuerdo qué quería, y contemplo, desolada, cómo se han ido quemando, una a una, todas mis Romas: primero el agua que me recubría no me dejaba ver, y luego, en la sequía, no quise mirar. Cuando volví la vista, estaba en llamas. 

Y al volver atrás, veo que soy yo la que tras de sí iba incendiando ramas. ¿Y cuándo me encendí y cómo es que no me di cuenta?.

Me caracterizan la inoportunidad y los cacharros por el suelo cuando, como elefante, tropiezo con alguna situación. Según el día, según el momento, consigo salir del paso. Ah, gran habilidad y tormento, que me disfraza y me suelta a la calle, sin correa ni nada. No sé debajo de cuantas capas de barniz me encuentro. La ansiedad pasa disfrazada de indiferencia, me despego milímetros de mí, y no lo noto. Veo las cosas pasar sin mí, porque no parece que vayan conmigo.

A veces, bajo a la tierra y consigo caminar un poco. Otras veces, los errores me elevan, para no ver; y también los placeres.

No queda claro cuando es que consigo despertarme, si es que alguna vez lo consigo del todo, pero el golpe resuena dentro, y rebota, rebota, rebota. En cada socavón el eco se incrementa, y en un instante, consigo encender una luz en la cueva. Pierdo el tiempo explorando, y termino por encontrar algunas de las claves de un esquema que no llego a terminar, porque me vuelvo a quedar dormida.

Terminar, porque nunca termino nada. Que ya me tengo cansada de tanto caminar en círculos, consecuentes de una estupidez lineal. Me aferro a incongruencias, temerosa pero anhelante, queriendo que las premonitorias coincidencias sean solo cosa de un instante. Y no quiero, pero me dejo, y cuando lo hago, dejo de no querer, para simplemente no.

Terminar de una puta vez con todo lo que recuelga, atesorar lo que quiero y perdí por boba, deshacerme de las gilipolleces con las que me rellenó mi fantasía, mi extrañeza, mi matiz de mueble. Abrir las costuras, reventarlas de una vez, y dejar de recoser lo recosido. Si no cabe, no cabe, no hay razón para seguir intentándolo. Así a lo mejor, a cielo abierto, a los huecos que guardo les llega un poco la luz, y quizá así, descubra la forma que tienen. Así quizá, deje de roerme los huesos buscando la problemática, de mirar hacia fuera y señalar el queso como un problema.

De conseguir decir que por fin, he terminado alg





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