Apú.

Niñata caprichosa, los ojos llorones a cada ocasión.
Niñata, niñata, espabila. ¿O no sabes que ya has tenido tiempo de sobra para haber aprendido a correr? Y tú gateando.
Niñata, dices que para ti no es este mundo, como si dieras por hecho que lo fuera para los demás.
Ves las nubes negras y ni siquiera tienes los ojos despejados, te los tapan unas manos, no sé si tuyas, mías, suyas.
Si abres la ventana y llega sol, se secarán los lagrimales, se evaporará la congoja y el temblor de garganta. Si abres la ventana. Ábrela.

Y si unas uñas agarran el Este con las mismas ansias con las que me aferro al Oeste, sin saber dónde está cada uno. Pudiera ser que arrastrando llegásemos a un mismo punto, y nos encontremos. ¿Merecería la pena el esfuerzo?
Y si unos ojos miran el Norte con tanta fuerza como la que emplea mi corazón en caer hacia el Sur, no teniendo en cuenta que en estos casos la gravedad es perpendicular. Pudiera ser que pasados los Polos volviésemos al Trópico, y el frío se descongelase. ¿Merecería la pena el invierno?

Niñata caprichosa, niñata frustrada, ni sabes lo que quieres y ya lloras por perderlo. Niñata, niñata, espabílate el alma que el candor ya no se alaba y la ingenuidad (tu dudosa e inconveniente ingenuidad) hace tiempo que se rechaza. Niñata, abre la ventana, que entra el sol de Inglaterra y tú quieres que llueva.

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