Aún.

Cuando levanto la vista de repente está enfrente de mí como una vez lo estuvo un día. Y sonriendo saluda, tierno, infinitamente tierno. Tras cuatro palabras tontas se apodera de nosotros el silencio y trago la bola de saliva que tengo en la garganta con no poca dificultad. Siento que el miedo que hay detrás de mis ojos se filtra hasta el iris y se ve a simple vista. Abro la boca, soy consciente de que parezco un pez fuera del agua, como suelo estarlo; abro la boca y boqueo, buscando absorber del aire las palabras que me sé de memoria, tantas que no sé por donde empezar.

¿Crees que se quedarán para siempre? Las conversaciones muertas, digo. Aquel que no cree en los zombis es porque nunca miró suficientemente de cerca todo lo que le rodea. Todo está muerto y aún respira.

 La silla de oficina sobre la que nunca me senté a horcajadas no estaba viva ayer, pero aún hoy me susurra. 
Los barrocos barrotes de las ventanas que señalaron mi vergüenza no respiraban entonces, pero aún hoy cuchichean entre ellos, aún se acuerdan de mí y de mi corazón estallando en ansias. 
El sofá que bebió de mi saliva, mi baba, mis mocos y mis ojos llorosos no se olvida de los ojos que miraban y sufrían, que no permitían la soledad que pedía, y no veían la soledad que cargaba; muerto como estaba aún los mece hoy cuando tienen miedo. 

Todo eso que no estaba vivo me susurra aún alguna vez en un andén que, si te encuentro de casualidad mirando por la misma ventana que yo, no aflorarán las palabras que no te dije, porque ya están muertas. Y aún así, aún viven. Aún te explican y me justifican, aún roen  lo que quedaba de una estructura que cayó de forma triunfal, que derribé con una mano mientras la otra miraba triste caer las piedras, y trataba de recogerlas por si aún servían para algo más, aun estando muertas. No aflorarán porque crecieron de las semillas que no viste: me las tragué, aún las trago.

No, no creo que vayan a quedarse para siempre. Si están vivas todas las cosas muertas es porque aún les insuflo vida. Si lo estuvieron alguna vez es porque cogí pedacitos de mi alma, de mis adentros, y los colgué como guirnaldas alrededor de todo lo que me pudo parecer sublime. 

Con el tiempo el aliento se hace pútrido y deforme: los barrotes tienen ojos acusadores, las sillas de oficina muerden con los colmillos, los sofás se asfixian entre tanto fluido. La realidad se desvanece para dar paso a líneas del tiempo paralelas que de vez en cuando se lían e interseccionan, que el tiempo ha ido llenando de polvo, enredándolas más y haciendo grandes, fuertes, correosos los nudos.

No creo que vayan a quedarse para siempre, pero aún vuelven los discursos y en mi frente dibujo tu cara sorprendida, tu cara enfadada, tu cara tal como la dibujé al creer que te conocía; a veces aún lo creo. 

Después se desvanece la magia, la pantomima que construí sobre lo derruido cambia en un aire de luz y el espejismo se presenta como lo que era: no hay oasis, no lo hubo. Y no eres tú el que estaba detrás de la fantasía, y aún a ti me dirijo, seas tú quien yo quisiera que fueras.

Cuando levanto la vista no eres tú el que está enfrente, es un desconocido que al verme mirarle me mira, desvío la vista, puede que haya sonreído, puede que me haya sonrojado que un extraño me haya pillado mirándole. ¿Qué habrá pensado?¿Habrá llegado a intuir que aunque le mirara no era él a quien veía? Puede que, aunque parezca difícil, haya distinguido el relámpago del reconocimiento en mis pupilas dilatándose, puede que haya entendido que detrás de lo más llano hay un millar de engranajes que casi encajan, casi no, y que no se movían por su causa, y que su sombra sólo era un mero instrumento para mí, una base sobre la que mover las manos, hilando, hilando, hilando. Tejo desconocidos a mi imagen y semejanza. Tejo conocidos a la imagen y semejanza de la historia vivida, hasta que vuelven los momentos de lucidez a decirme que cada uno es lo que se hizo al venir de donde vino, que mejor no tejer para deshacer, que mejor hilvanar, que no sé coser, que dónde dejé mi dedal. Que me estoy enredando en la madeja, que ya no hay cabo suelto por el que cogerle sentido.

Me bajo del tren sin mirar atrás, e incluso eso me cuesta hacerlo.

Comentarios

Entradas populares