Sopita.

A la sopa le falta sal, creo que voy a llorarle encima.

Mientras se me agarra el nudo a la garganta y se deshace en sal la roca que lo sostiene, subirá el vapor caliente y despejará los atascos nasales, mentales, como cuando me resfriaba y mi madre, en la cocina, me decía que respirase el vapor de la olla. No hay Vick's Vaporub que valga contra un caldo de mamá.
Subirá, caliente y olerá a San Juan y Ave María, olerá a montañas bajas y anchas, a sol, a lluvia, a tierra, a nubes,
 a lejos
en tiempo y espacio.


Será que tú eres así con todo el mundo y que yo no soy así con nadie. O casi. Será que llegaste con la primavera y la buena suerte. Será que las únicas conversaciones que han dejado huella son las que no han existido.

Puede ser que me he hecho terremoto, que me he sacudido, he caído y he querido arañar, pero las uñas no agarran, la piel blanda cede, se curva, y no deja huella. No duele y quisiera, pero temo siempre al momento de después, donde no hay lengua de gato que me lama los surcos, los morados.

Y aparece una mosca, una que tuvo lo que me importó cuando me importaba y tiene lo que no me importó cuando nunca dejó de hacerlo. ¿Qué hice mal? Me respondí que nada, me respondí que cosas, me respondí que ya no importaba. Pero las interrogaciones saturan heridas suturadas, y empiezan a supurar. Y cuando cosquillea el miedo al abandono; el paso atrás, para ver quien me sigue. Y si resulta no ser nadie, me vuelvo, Y si resulta que soy seguida, los pasos se apresuran y a veces no recuerdo quien había quedado atrás, hasta que vuelve a estar delante. Y sigo preguntándome qué hice, qué hago mal. Y ya no quiero responderme.

Las amapolas crecen en todas las partes templadas de la Tierra, pero al verte pensé que eras la única que quedaba viva, aunque aún no hubiera llegado la primavera.

A la sopa le sobra sal, ya no tengo hambre.

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