Jum.

He tenido que respirar hondo. Te he dado tres, no más, porque si no va a ser cuando te hagas de un hueco en mí y vuelvas a corromperme, y no me apetece, que soy muy flojita, que a mí se me deshilacha rápido, si no, tate, que ya lo haga yo. Así, despacito, que no se note, y cuando te quieres dar cuenta se te deshace el corazón en las manos, hecho hilos. Y vuelves a sujetarte la frente con las dos manos, no te vaya a estallar, que a saber qué es lo que hay dentro.

Los bichos de las cosas que no entiendo, bandera en el castillo, por eso el río es marrón.

Y casi lo consigues, crack, casi. Pero a la segunda vuelta ya no parecían cobrar vida las palabras, ya no atenazaban, ya no eran más que negro sobre fondo blanco y apenas si decían algo. Porque esas en particular parecen decir mucho. Seguro que has asentido, firme y vehemente, como si estuviesen hablando contigo, dándote la razón. Porque perdona que te lo diga. Tienes toda la razón.

Permíteme aclarar algo: desde siempre he sido enana. Siempre he sido la más alta de mi clase, probablemente no haya sido las más gorda en un par de cursos; pero si mirabas bien, si enfocabas la lupa correctamente, seguro que no me veías. Minúscula, a lo mejor alzando lo brazos, moviendo la voz, disfuncionando. Pero ¿sabes que pasó? un día, después de mucho salto infructuoso (ya había dejado de saltar), de muchos cristales traslúcidos por los que caía la lluvia de madrugada (había dejado de exhalar alientos y dibujar con el dedo), de mucho saltamonte saltando por encima (acurrucada en la esquina); un día empezaron a llevarla en hombros.

Podrías tú acaso imaginar cómo de verde es el verde desde arriba, y cómo de azul el azul. No pudiste ver a través de mis ojos, tampoco era tan interesante, supongo.


Pero hablábamos de que tenías razón. Mucha. De hecho, si la quieres toda, te la doy. Siempre intento ponerme por encima de la situación pero acaba por arrollarme. Ya no me importa a veces. Ni lo uno, ni lo otro. He abierto los ojos, me he quitado las legañas, me he desperezado, me he tomado un café, dos, tres, he despertado. Lenta, claro, muy leeeeeeeenta. Había dormido de lo lindo, me había comido un año de vida. Tonta de mí. Empecé a ver que no había echado siesta, como pensaba.

Resulta que es que nació ayer. Y venga quien quiera a echarme a dormir.

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